Es difícil en todo este embrollo dar fechas precisas, pero debió ser sobre los años 95-96 cuando Coté se trasladó a su nueva y lujosa Clínica del primer piso derecha del número 35 de la céntrica calle Real ferrolana, muy cerquita del Ayuntamiento. Al lado izquierdo de aquel portal de forja pintado de verde, hubo al menos dos placas diferentes: una primera de metal donde aparecía como especialista en osteopatía, medicina tradicional china y tratamiento del dolor; y otra posterior, de metacrilato blanco, escrito en letras azules, muy "europeo" donde ya aparecía el "tinte" inglés de su titulación con nº de registro incluido.
He de reconocer que el tratar de recordar los detalles de aquel piso hace que se me acelere el pulso y que me resulte difícil tragar la saliva.....pero vamos allá.
Nada más franquear la puerta te encontrabas la "recepción". De frente un estante de cristal biselado apoyado sobre dos peanas de bronce que salían de la pared; sobre ella una figura, alguna vez un jarrón y una fina bandeja con las tarjetas del "importante doctor". A la izquierda una elegante mesa de despacho en madera, centralita de teléfono (en algún momento ordenador), estantes posteriores con figuras de porcelana de Sargadelos, y sobre todo aquello destacaba un cuadro, una caricatura del dibujante Siro (también paciente de él), con un Coté enfundado en una bata blanca con un papiro desenrollado, letras chinas, como impartiendo una de sus magistrales clases. Esa mesa fue testigo de los cientos de miles de euros que se depositaron en sus cajones, previa comprobación, en muchos casos, de su "autenticidad", no fuera que le colaran algo falso a él que jamás falsificó nada.
Tan pronto llegabas, la enfermera de turno (al principio Eva, más tarde vendrían otras, entre ellas su propia mujer), confirmaba en una libreta tu presencia allí y te decía más o menos cuánto tiempo te quedaba por delante.....nunca acertaban, siempre eran más, muchas más horas!!!
Ahí tenías dos opciones: pasar para la sala o irte a dar una vuelta por los alrededores.
Aquella sala, testigo mudo de nuestro dolor, de prudentes silencios, de solidaridad, de esperanza, de desesperación, de dudas, de angustia.....y sobre todo de tanta mentira, de tanta farsa. Esa sala de lujosa alfombra donde jugaban o tomaban asiento los más pequeños para leer los releídos libros infantiles del cesto de la esquina; los incómodos sofás donde nos arrebujábamos familias completas y hasta echábamos una siestecilla; las apretujadas sillas donde alg
unos leían, los más jóvenes repasaban sus libros de texto o hacían sus deberes escolares y los mayores entablaban tertulia. Aquel rincón donde estaba el arcón de madera, improvisado asiento de agotados pacientes, que era sustituido cada Navidad por aquel árbol tan "anglosajón", tan aparente......Y todo ello presidido por los dos cuadros: el del edificio de la prestigiosa Clínica Mayo en Rochester (EE.UU) y el de los hermanos William y Charles Mayo fundadores de la misma; pronto nos haríamos a su nombre en las batas blancas, en los botes de lápices, en sus conversaciones...

Las puertas correderas de aquella sala se abrían una y otra, y otra, y otra vez, entrábamos, salíamos, pero siempre deseando marcharnos pronto; observábamos a los demás, les preguntábamos tímidamente qué tenían, cómo iban, su historia, y nada más....¿nuestras quejas? siempre por la interminable espera, ¿nuestras dudas? las callábamos porque .....bueno eso merece capítulo aparte.
Y permitidme que hoy detenga aquí la narración, pero este recorrido se me atraganta, os confieso que estoy reviviendo de tal modo aquello, viéndome como me ví, que por hoy ya no puedo seguir ni un minuto más en aquel piso; no me avergüenzan ni mis lágrimas ni mi dolor.....me avergüenza el silencio y la complicidad de todos aquellos que permitieron esta atrocidad.